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Gluts

Llegué al vertedero de Gdynia, en el báltico polaco, como un peregrino a un templo de hierro y memoria. Entre los cerros de chatarra, donde capós rotos, chasis desnudos y varillas torcidas se amontonan en formas imposibles, encontré una belleza que no necesita orden: solo silencio y luz. El óxido dibuja paisajes de fuego, el azul de un tambor desgastado susurra cielos perdidos, y cada trozo de metal, aunque sea basura, cuenta una historia de vida, uso y abandono. Aquí, entre lo inservible, vi lo que Rauschenberg intuyó: que la basura puede ser arte cuando alguien decide verla con ojos nuevos.

Este lugar no es un cementerio, sino un museo del olvido y del renacimiento. Cada pieza, antes de fundirse, tiene un instante de gloria. Yo fui testigo de ese breve resplandor. Con mi cámara, hice un rescate poético: no de objetos, sino de formas, colores y emociones que podrían haber desaparecido sin rastro. La belleza no exige perfección. Aquí, en el caos metálico, se revela en las grietas, en las sombras, en el brillo del óxido bajo el sol. Y así, entre el viento y el silencio, entendí que algunas cosas, aunque sean desechos, merecen ser vistas, recordadas y celebradas.

2010

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