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Redención 

Me encuentro suspendido en un torbellino que nunca descansa, un viento huracanado que me arrastra sin piedad, como si fuera una hoja seca en medio de una tempestad eterna. Este es el segundo círculo del Infierno, donde las pasiones desbocadas son castigadas con la misma furia que alguna vez nos consumió en vida. Aquí, el aire es un verdugo implacable, una fuerza invisible que azota mi alma y la arroja contra otras almas perdidas, en un choque incesante que reproduce nuestra incapacidad para dominar nuestros deseos más primitivos. Entre nosotros flotan los nombres que alguna vez fueron leyenda: Semíramis, Dido, Cleopatra, Helena, Aquiles y Paris, figuras que sucumbieron al poder devastador del amor carnal y la lujuria. Esta historia también se une a la suya, pues soy Nicolás, quien se dejó llevar por el fuego de la carne y ahora narro mi tragedia la del Dante, bajo la sombra de los recuerdos de la piel y los desvarios que produce el deseo. En este abismo sin fin, comprendo que el pecado no fue solo el acto, sino la entrega absoluta a lo que no se puede controlar.

El Infierno es un embudo que desciende hacia el abismo interior, una espiral que refleja la gravedad de nuestros pecados mientras caemos más profundo en su oscuridad. Esta tormenta perpetua no es solo un castigo, sino un espejo de aquello que fuimos: seres que permitieron que el instinto prevaleciera sobre la razón, que hicimos del amor una rendición ciega y egoísta. Las palabras grabadas en la puerta de este lugar resuenan en mi memoria como un eco cruel: "Lasciate ogni speranza, voi ch'intrate". "Abandonad toda esperanza, vosotros los que entráisa aquí", la esperanza es un lujo prohibido, un recuerdo difuso que se desvanece con cada ráfaga del viento que me arrastra. Las fotografías de Redención, que algún día capturaron mi existencia, ahora parecen burlarse de mí, mostrando la fragilidad de quien eligió el deseo sobre la virtud. Este segundo círculo es apenas el inicio de una caída más profunda, el umbral de un abismo donde cada nivel revela un nuevo horror, un nuevo peso que cargar por nuestra transgresión. Y yo, aquí atrapado, soy testigo de cómo el bien y el mal se enfrentan en una danza eterna, marcada por la culpa y el castigo que han regido nuestra cultura desde siempre.

Actores: María García, Nicolás Higueras y Yara Gómez.

Equipo de producción: Elena López Feito y José Alberto Cecilia.

2010

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