top of page

Forma y Color 

Yo no veo el mundo entero, sino sus fragmentos: cortes de luz, esquinas de sombra, instantes donde la forma se despliega como un canto silencioso. Forma y Color no es una serie sobre lo que está ahí, sino sobre lo que se deja ver cuando uno se acerca, cuando se inclina, cuando decide mirar desde abajo, desde el borde, desde el rincón olvidado. En esta mirada parcial, en este acto de cercanía casi íntima, descubre una verdad más profunda que la totalidad: la belleza reside en la selección, en la ausencia deliberada del humano, en el hecho de que las paredes, los reflejos, los materiales inertes pueden hablar con más voz que cualquier figura. La escalera de madera que se retuerce en espiral, iluminada por un halo dorado, no es solo una estructura; Es un cuerpo en movimiento perpetuo, una danza sin bailarines, un laberinto que invita al ascenso pero no promete llegada. El cristal azul, frío y translúcido, se convierte en un lienzo de luces superpuestas, donde el sol se dobla, se rompe, se multiplica hasta formar un universo dentro de un marco. No hay personas, pero hay presencias: sombras que parecen caminar, reflejos que sugieren movimientos, formas que respiran en el aire quieto. Aquí, la arquitectura no es funcional, es poética. Es un lenguaje escrito en ángulos, en texturas, en colores que no son naturales, pero que parecen más verdaderos que la vida misma.

Y entonces, al elevar la mirada, entre los rascacielos que se clavan en el cielo como estacas de acero, encuentro la geometría del infinito. Las torres, con sus ventanas ordenadas como ojos cerrados, me rodean, me aprisionan, pero también me liberan: su rigidez se disuelve ante el azul intenso del firmamento, que se abre como un abismo luminoso. Las nubes, blancas y efímeras, se deslizan entre los marcos verticales, como si el cielo intentara escapar de la prisión urbana, como si la libertad fuera un gesto fugaz que se repite cada vez que el viento sopla. El vidrio amarillo, empañado por el tiempo o la humedad, revela un círculo difuso, una mancha que parece un rostro borroso, una huella de calor o de lluvia, un recuerdo sin dueño. Y allí, bajo el cielo, entre bloques de hormigón que apuntan hacia lo desconocido, siento que la arquitectura no es solo espacio, sino símbolo: un lenguaje de líneas rectas que hablan de orden, de control, de poder, pero también de soledad. Mi visión es particular, sí, pero en esa particularidad encuentro lo universal: la forma y el color no son meros elementos decorativos, son emociones condensadas, son el pulso de lo inanimado. Mirar así no es ver menos, es ver más: porque en la parte, a veces, está todo.

 

2006-2016

© 2025 by Nicolás Cisternas

bottom of page